jueves, 18 de noviembre de 2010

esa cosa

Antes de comenzar el año 2007 no conocía esa cosa llamada amor.
 
Tenia (y quizás tengo) grandes cuestionamientos y claras críticas hacia lo que es una relación de pareja.

Claro que con el tiempo, lo vivido, aprehendido y observado ha cambiado muchas de esos cuestionamientos. Otros se acrecentado.

Luego comprendí que esa cosa llamada amor no era sólo aplicable a una relación amorosa - afectiva hétero, bi, homo, tri o zoo sexual.
Uno va conociendo a gente, o la gente te va conociendo a ti. Algunos se eligen, otros no.
La familia uno no la elige. No eliges los padres que tienes, los hermanos que se adjuntan, tampoco elige a los abuelos.

Cuando nací, se supone, me presentaron a tres personajes que no tenía ni idea la gran marca que dejarían en mi vida y existencia, y no lo digo por la genética solamente. Hablo de su calidad humana que vas más allá de los consejos o palabras. También en lo observado o que simplemente está ahí, entremedio de los cromosomas.


Una dama llamada María Inés, muy elegante con su pelo todo blanco, se acercó a decir ES NIÑA! Días después me acercaron a dos campesinos. Una mujer llamada Iris Ester, y un hombre llamado Adolfo Segundo. La reacción fue mas o menos la misma. Era la primera mujer en la familia. En ese entonces poco entendí, acababa de salir de un saco calentito y protector, una traumática salida a una sala luminosa, y más encima tenía que respirar solita. Que flojera.

Pasé casi dos décadas sin tomar conciencia de los sentimientos que había en mi.

Luego conocí a un hombre que me dijo “tú estás enamorada, tú amas, y puedes decirlo. Repite después de mi: yo te amo”.
 
Efectivamente, podrá decirlo, podía pensarlo, podía sentirlo.

Y si sentía esas cosas por alguien externo a lo que había sido mi vida hasta ese momento, ¿podía ser, entonces, que toda la admiración, cariño hasta no poder describirlo, dedicación, preocupación, sacrificio... todas esas cochinas cosas eran amor?

Y sí. Caí en cuenta que los amaba. Que amo a mis abuelos.

Al tiempo después, otro hombre, Adolfo. Nos hace pasar a mi y mi familia uno de los peores momentos que alguno haya pasado en años, quizás en la vida.  Una rápida y cruenta  enfermedad apagaba una luz que me había mantenido en pie durante toda mi existencia, apagaba  a la razón de mi vida, pilar y motivación para seguir adelante y ver  que todo sí vale la pena.

Sabía, se, siempre lo he sabido. Ha sido el hombre que más he amado. Se que es el amor de mi vida, y se lo dije al momento de depositar su cuerpo, su materia, en un cálido y a la vez frio lugar en donde su humanidad reposará. Más no su existencia. Se que no amaré  a nadie así. Quizás mis hijos. Quien sabe si llegue a tener hijos.

Todos los momentos que viví con él se quedan en lo más sagrado de mi corazón. Y cada enseñanza en obra o palabra me acompañaran día a día, y serán mi pilar tal como lo fue él en presencia material en la tierra.

Cada logro y alegría serán en tu nombre, en el nombre de María Inés, y en el nombre del amor de tu vida, Iris, por quien luchaste y por quien lucharé yo de aquí en adelante.

Gracias por todo Morito. Se que me cuidarás como lo hiciste en cada ocasión que me negaste el caballo, pero ahora lo harás desde el cielo, en cada segundo, y junto a mis otros angelitos. Gracias por enseñarme tu, nadie mejor que tu, lo que es amar, lo que significa realmente jugársela por alguien, y construir una hermosa historia.


  
Gracias viejito amado, viejito precioso por demostrarme que sería mas fuerte de lo que me había imaginado, y permitirme conocer lo que significa amar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario